El lugar destinado para llevar a cabo el concurso del Museo Nacional de las Escrituras del Mundo se localiza al suroeste de la ciudad de Seúl, en Songdo, una ciudad construida recientemente sobre terreno ganado al mar. El Museo formará parte de un conjunto más amplio de edificios culturales situados en Central Park, un gran parque concebido como zona de ocio, el cual está rodeado por un tejido urbano compuesto de torres dispersas dedicadas a oficinas y viviendas. Esto nos hizo pensar que el museo debería manifestar esa singularidad en su forma y, por lo tanto, ser pensado como un ejercicio plástico y formal completamente diferente al de su entorno de torres repetitivas e indiferenciadas. En definitiva, dar respuesta al objetivo de convertirse en referente visual y polo de atracción social dentro de esta estructura urbana homogénea.
Concebimos el edificio como un refinado y elegante juego de volúmenes colocados sobre el parque. El elemento principal es un volumen de curva libre y sinuosa, que flotando sobre un basamento de cristal serpentea por el parque. Esta geometría curva se complementa con otros tres elementos destacados de diferente naturaleza: la rotonda, la torre y el espacio central estrellado. A éstos debemos añadir los tres patios interiores, resultado del espacio vacío que los anteriores volúmenes delimitan. La articulación de la curva con la torre establece la relación más potente de la composición, buscando un contrapunto formal y una tensión que hace a estos elementos inseparables.
Como hemos ya indicado, el volumen principal de geometría sinuosa flota sobre la planta baja, la cual queda completamente abierta al paisaje desdibujando sus límites. Aquí entran en juego los patios interiores que aseguran la permeabilidad y transparencia visual de la planta baja. El espacio a nivel del peatón fluye sin que el edificio se presente como un obstáculo visual. Vemos aquí el segundo gran contrapunto formal del proyecto, la relación entre un volumen sólido, de aspecto pesado, que se asienta sobre uno liviano y cristalino. El visitante será conducido en planta baja por espacios de tal estrechez que le permitirán experimentar la sensación contradictoria de un espacio interior en niveles de confort y protección, pero que inevitablemente será también exterior por el carácter inmaterial del perímetro.
Tal y como vamos explicando, los volúmenes del edificio no actúan únicamente como meros contenedores de funciones, sino que hemos trabajado su relación formal, tipológica y simbólica, así como los recorridos espaciales.
La colección permanente se despliega en un recorrido a lo largo de salas de diversa naturaleza, escala y forma. Desde el lobby de la planta baja ascendemos por la escalera a la planta primera, donde se inicia la secuencia museística. Las dos primeras salas se nos presentan como dos galerías –en el sentido que la palabra tiene de recorrido longitudinal– a modo de lo que podría ser la sala longitudinal del Museo Uffizi o la Grande Galerie del Louvre. Una tipología presente en muchos de los edificios históricos que fueron convertidos en museo. Recuperamos así el potencial de esta tipología de espacio expositivo, raramente usada desde la modernidad hasta la actualidad y sustituida frecuentemente por contenedores cúbicos, en ocasiones demasiado asépticos y sin más atributo que el prestarse a ser llenados de arte. Esta tipología nos da pie a trabajar con el concepto de recorrido continuo; a experimentar fugas visuales a través de un camino sinuoso; a incluir fugaces vistas al exterior a lo largo del camino; o a crear ondulaciones en el suelo, el cual se convierte en lugar para sentarse y observar una pieza de singular relevancia que deba ser enfatizada.
Llegamos a la tercera sala, un contrapunto rotundo, que conduce al visitante a un mudo opuesto, al estatismo de una gran sala circular. Un espacio de 22m de diámetro bañado por una luz natural perimetral que oculta su origen. La sala es susceptible de ser divisible ocasionalmente en función de las necesidades del programa, tal y como se sugiere en el dibujo en planta.
Tomando un ascensor descendemos hasta el primer sótano llegando a las salas 4 y 5 en las que volvemos a recuperar el concepto de recorrido longitudinal, estableciendo así de nuevo un contraste para el visitante.
Volvemos a la planta baja para acceder a la última sala, la número 6. Es el colofón final de la exposición, nuevamente de diferente geometría y permitiendo posibilidades expositivas adicionales, una cáscara en forma de torre.
Descendiendo al segundo sótano llegamos a la sala de exposiciones temporales. Debido a su necesidad pluri-funcional hemos optado en este caso por un contenedor circular cuyos atributos sean su dimensión de escala monumental –40m de diámetro y 8m de altura–, en clara referencia a la escala y flexibilidad de la Turbine Hall de la Tate Modern de Londres. Es susceptible de ser subdivisible si fuera necesario, tal y como se aprecia en el dibujo de la planta.